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Lepra, ¿una maldición bíblica?

¿Son los leprosos actualmente anatemas para Dios y por tanto separados y malditos (“Tsará´ath” según el término hebreo traducido por lepra)?

La lepra o, enfermedad de Hansen, es una enfermedad caracterizada por la infección crónica de la piel, los nervios periféricos o los ojos, por una bacilo llamado Mycobacterium leprae. Provoca lesiones cutáneas y nódulos, pérdida de sensibilidad cutánea y posteriormente, afectación de las manos, pies, ojos (incuso la ceguera) con gran impotencia funcional. Socialmente genera temor, suspicacia y recelo e incluso estigmatización y soledad. La lepra no es una enfermedad del pasado. Existe en la actualidad. Cada dos minutos una persona adquiere la infección. Se puede hallar enfermos en numerosos países de continentes de América, África y Asia. Pero, ¿Es una maldición bíblica? ¿Qué dice la Biblia sobre la Lepra?

No hay duda de que la Biblia habla y mucho sobre la lepra. Aunque se conocen documentos en India (libro Susruta Shamita), China (denominada Da Feng) y Egipto (papiro Evers) sobre la lepra o sobre leprosos, ésta era una enfermedad ya descrita en tiempos de Moisés y en el tercer libro del Pentateuco se hace un diagnóstico diferencial amplio de diversas lesiones cutáneas (Levíticos 13). Existe todo un rito y simbolismo de la purificación de la lepra y la declaración del paciente como “limpio” (Levítico 14). Uno no se curaba de la lepra sino que se “limpiaba”. Moisés mismo tuvo lepra (Éxodo 4:6), que fue curada milagrosamente por Dios mismo. María, hermana de Moisés, también padeció dicha enfermedad después de murmurar contra él (Números 12:10). Naamán, el general sirio, tuvo lepra y fue sanado de forma extraordinaria por el profeta Eliseo. El criado de Eliseo, Giezi, tras codiciar el dinero ofrecido por Naamán en agradecimiento por su curación, fue maldecido, de modo que la lepra pasó de Naamán a Giezi (2º Reyes 5). Se dice también en 2º Reyes 15 (y en 2º Crónicas 26) que Dios hirió, “golpeó” a Uzías con la lepra cuando quiso ofrecer el incienso a Dios, oficio que era exclusivo de los sacerdotes. Es cierto, sin embargo, que Dios hirió a los reyes de Israel con distintas enfermedades. A Asa con una enfermedad de los pies (2º Crónicas 16:12). A Joram con una enfermedad de los intestinos (2º Crónicas 21:18). En el segundo de los libros de los reyes (capítulo 7) encontramos un interesante relato sobre cuatro leprosos en Samaria. Éstos se encontraban fuera de la ciudad, a las puertas, excluidos de la protección de los muros. Más tarde, a la postre, anunciarían una gloriosa victoria a Israel sobre Siria. En aquellos días, desear que alguien padeciese lepra, sin duda, era una imprecación de enorme dureza. De ahí que David maldice la casa de Joab, deseándoles que “no falte en ellos leproso” (2ª Samuel 3:29).

El énfasis de la lepra en el Antiguo Testamento se halla en que la lepra es una enfermedad visible, que te separa de Dios (del templo), de la sociedad (el leproso debía clamar: ¡inmundo, inmundo! y morar “fuera de la ciudad o del campamento”) y de la familia. Además, la lepra te contamina, te señala y fundamentalmente te aísla y estigmatiza, ya que cualquiera que te toque es contaminado y por tanto queda inmundo. El énfasis en el Nuevo Testamento es el opuesto. Los cuatro evangelistas relatan la curación de un leproso por Jesús. Lucas, el médico, nos especifica que lo hizo de forma instantánea (Lucas 5). Jesús “limpia a los leprosos” y manda a sus discípulos a “limpiar leprosos”. Ante la duda de Juan el Bautista, de si era cierto que Jesús era el Mesías, Jesús le responde: “Los leprosos son limpiados”. La lepra era incurable, y por tanto, sólo a Dios se le atribuía la curación de la lepra. En 2º Reyes 5:7 el rey de Israel pregunta: “¿Soy yo Dios, que mate y de vida, para que éste (el rey de Siria) envíe a mí a que sane un hombre (Naamán) de su lepra?”. En Lucas 17:12, Jesús sana a 10 leprosos y los envía a los sacerdotes para testimonio a ellos. En Mateo 8 vemos a un leproso solicitando ayuda a Jesús y éste en un acto insólito y singular, en lugar de decirle que fuera a lavarse a un estanque o curarle en la distancia, como hizo con otros enfermos, aproxima su mano y “le toca”. Al final de su ministerio, vemos a Jesús en Marcos 14 comiendo con sus discípulos y amigos en casa de Simón “el leproso” como manifestación de su gracia y proximidad a los pobres, enfermos y parias de su sociedad.

La lepra, aparte de los evangelios, no vuelve aparecer en todo el Nuevo Testamento. Ni en el libro de Hechos (escrito por Lucas, “el médico”), ni en las epístolas, ni tampoco en el Apocalipsis.

Sin embargo, es más que dudoso que la lepra, a la que se refiere Moisés en Levítico 13 o la que se describe en los relatos bíblicos, se tratase de lo que hoy en día conocemos como lepra o enfermedad de Hansen. Las razones son varias:

a) Afectaba no sólo al hombre, sino que eran manchas que podían aparecer en el vestido de lino, lana, en el cuero, o incluso en las paredes de la casa. Hoy día sabemos que sólo el hombre y el armadillo de nueve bandas son susceptibles de la colonización e infección por esta micobacteria.

b) Nunca se menciona en la Biblia la pérdida de sensibilidad (o anestesia) en las manchas de lepra en la piel, circunstancia que diferencia a esta dolencia de la casi totalidad de otras enfermedades cutáneas. Tampoco se menciona la pérdida de anejos cutáneos (pelo, uñas) o la ausencia de sudoración en las lesiones.

c) Nunca se describe en la Biblia las mutilaciones propias de la lepra. Por ejemplo no se habla de la ceguera progresiva, la lesión de los nervios periféricos que causaba una impotencia funcional severa con deformidades características (“mano en garra”, “mano de predicador”, “mal perforante plantar”), o la pérdida de falanges.

d) No es habitual que la lepra blanquee la piel (2º Reyes 5:27) o sus anejos (Levítico 13:3) como lo hace el vitíligo o la psoriasis, si bien éstas últimas no se ulceran.

Desde un punto de vista teológico, “la lepra” representa en la Biblia el pecado, El pecado es la desobediencia a Dios. En este sentido, es llamativo el caso de Job. A pesar de que éste tiene una severísima enfermedad en la piel, nunca se dice en la Biblia que sea lepra. Sin embargo, sus tres amigos le atribuyen maldad. Por el contrario, Dios lo considera apartado del mal e inocente en su enfermedad (y por tanto sin lepra). La lepra, el pecado, nos separa de Dios y de los demás y nos hace inmundos. Sólo Dios puede “sanar” el pecado y limpiar la lepra. Jesús, Dios hecho carne, es el que viene a quitar el pecado del mundo (y por tanto “la lepra”). La implicación de Jesús con los leprosos, su proximidad y cercanía a ellos, refleja el propósito de Dios de sanar a los pecadores. Jesús moriría, según términos bíblicos, “por los pecados del pueblo” (Juan 11:49-52), para que todo aquel que confiase en su sacrificio, fuese limpio, no ya de la lepra, sino de su pecado (Juan 3:16).

¿Son los leprosos actualmente anatemas para Dios y por tanto separados y malditos? En ninguna manera. De ningún modo. Jesús ama a los leprosos. Dios ama a los leprosos y también a los que no padecen de lepra. Su deseo es la comunión e intimidad con las personas. Jesús “tocó” al leproso. Así debemos hacer nosotros. No cabe marginación. No cabe el estigma. No cabe la indiferencia. Si el Dios santo se inclinó, aproximó, tocó y comió con leprosos ¿cuánto más no hemos de hacerlo nosotros?